martes, 2 de diciembre de 2008

Somos más, aprovechémoslo.

Creo que hoy amanecí más suave. Con la llamita casi extinta. Pero vamos a hacerle ¨güevo¨, como decimos en este nuestro paisito, tal vez estas palabras que se van escribiendo más por ganas de existir que por tener algo que decir, hagan las veces de un chorro de gasolina sobre una fogata casi muerta.

En fin, mi desilusión, desencanto, decepción o como jodidos decida llamarlo, es simple. Llevo días recogiendo información de aquí y de allá, hablando con personas de distintos niveles sociales, yendo a la marcha-plantón, leyendo –incluso- los periódicos oficiales del gobierno, dialogando con gente danielista a muerte, todo en un intento inútil de buscar algo con lo cual pudiera soplar el carbón por tercera vez, pero, ¿saben qué? Todo ha sido inútil. La verdad es que la mayoría –la inmensa mayoría, me atrevería a decir- están claros que hubo un fraude colosal, y no hablo solamente de la gente que no votó en la 2, hablo de todos, hablo de danielistas extremos que me dijeron que “si hombre, hubo fraude, pero está bueno, así tenía que ser”, de otros enfermos orteguistas que dicen que “no hubo fraude, esos no fueron los resultados pero lo que hubo fue un arreglo” 

Todos ellos están claros que eso no es lo que el pueblo decidió, eso no es lo que el pueblo decidió, eso no es lo que el pueblo quiere, y el pueblo debería ser el que manda, no un gordo pendejo que vive de mi trabajo, se bebe el güaro que yo le compro, se atraganta con la comida que yo le proveo, se revuelca con las mujeres que yo le pago (porque no creo que ninguna mujer se atrevería a tocarlo ni con el palo de una escoba si no es por dinero). Si, yo le doy todo eso y más, yo, el pueblo, vos, el pueblo, nosotros, el pueblo, los que somos más.

Parece que se está empezando a derramar la gasolina. Si se fijan bien en el párrafo anterior escribí “pueblo” como mil veces, y no es porque disfrute de los efectos cacofónicos de repetir esa palabra tantas veces. Es para convencerlos que el pueblo somos todos, que el pueblo de Nicaragua no quiere a Ortega. 

Según en Consejo Supremo Electoral existen 3,863,837 personas mayores de 16 años en Nicaragua (estas cifras por supuesto que están infladas con todos los muertos, niños menores de 16 años, extranjeros y personas inexistentes que votaron el FSLN). Según una encuesta de M y R (la misma que pronosticó que Ortega ganaría en el 2006 con 35 % ± el error de la encuesta) que se llevó a cabo entre el 3 y 9 de mayo de este año indicaba que solamente el 23 % de la población mayor de 16 años apoya la gestión de este enaltecido ignorante. Según una encuesta de CID GALLUP Latinoamérica (quien también pronosticó el triunfo de este parásito -que tenemos pegados todos nosotros- con cerca del 35 % ± el error) realizada en julio del 2008, el porcentaje de apoyo al gobierno es del 18%. Según la empresa mexicana Consulta Mitofsky, que realizó un estudio internacional para medir la popularidad de todos los presidentes a nivel latinoamericano, el apoyo de la gestión a Ortega es del 21%.

¿Qué significan todas estas estadísticas? Que tomando en cuenta los números del Padrón Electoral burdamente inflados como la barriga de Roberto Rivas, y la popularidad más elevada de las tres encuestas presentadas anteriormente tendríamos que el FSLN cuenta, en todo el país, con 888,683 personas, por lo tanto, en la acera de los pensantes estamos 2,975,154 personas.

Y entonces, ¿qué significan todas estas estadísticas? Que somos más, que somos mejores y que podemos cambiar el rumbo funesto de este país. 

Hace poco cuando estaba en la marcha-plantón frente al Hotel Princess donde fuimos asediados por las turbas asesinas -propias del asesino y torturador Lenín Cerna- armadas de machetes, cuchillos, morteros, piedras y garrotes y todos ellos vestidos con camisetas que evocaban el amor, la unidad y la reconciliación (seguramente venían a saludarlos y abrazarnos, a darnos la paz, como se diría en la iglesia), pensé: “su madre, que se venga estos hijueputas, por lo menos me hecho al pico un par de CPCs”. Si podemos “echarnos al pico” un par de CPCs, ni siquiera sería tan difícil, no crean que porque andan con machetes cuchillos significa que siquiera saben usarlos, para muestra tenemos el caso del periodista al cual cobardemente atacaron con cuchillos y machetes estos elementos de reconciliación y no resultó con más que una pequeña herida en el abdomen. Pero ese no es el punto, nadie quiere que lo hieran. Entonces, ¿qué hacemos?

Como les seguía diciendo, yo estaba en esa marcha, con la sangre hirviendo, queriendo llenarme de la sangre de al menos un CPC aunque costara la mía, pero gracias mi hermana (que en realidad yo no quería que fuera) que me dijo que si me quedaba ella también se quedaría, me vi obligado a irme, me fui renegando de la cobardía de nuestro pueblo, de cómo no había sido capaz de llegar más gente, de porque no nos atrevíamos a agarrar nosotros mismos garrotes, palos, morteros o pistolas y sacar a todos esos que pretenden adueñarse de nuestro país. Pensé todo eso y mucho más, mientras caminaba alejándome de todo el relajo que armaban los asesinos sedientos de sangre de Lenín, iba casi llorando de rabia por no contar con esas 2,975,154 personas que queremos que se vaya el ignorante que ha secuestrado al país. 

Luego me di cuenta de la realidad. La sangre de un CPC no vale la mía, no vale la suya, no vale nada. Aunque suene un poco rudo o grosero, es la verdad. ¿Vale acaso la sangre de un hombre inteligente, útil para el país, la sangre de un parásito vividor que espera únicamente que el Gobierno le de sus 200 pesos al días sin trabajar? ¿Vale acaso la sangre de una ama de casa que se esfuerza para mantener su hogar, su familia, la sangre de estos inútiles que no hacen más que agitar una bandera y estirar la mano? Yo digo NO. No valen nada. Y valen mucho menos si con eso contribuyen a regalarle el país a una pareja que va a dejar a toda Nicaragua con hambre, a sus propios hijos sin comida.

Entonces, ¿qué hacemos? Esa es la pregunta. Eso es lo que he pensado. Ya no creo que la violencia sea la mejor opción, quiero ver crecer a mi hijo, y si bien estoy dispuesto a derramar mi sangre para que dentro de 20, 30 o 40 años no tenga que derramarla él, pues la verdad es que lo quiero ver crecer, quiero que él me veo crecer a medida que se hace viejo. Es verdad, somos más de 3 a 1, y si todo el pueblo se levantara, ellos no podrían hacer mucho, eso es verdad, sin embargo siempre habrían muertos, heridos y gente que terminaría sufriendo por sus padres, sus hijos, su tíos, sus abuelos…qué sé yo. No queremos ni necesitamos eso.

Entonces, ¿qué hacemos? Sencillo pero complicado. Existe una forma de lucha utilizada a partir de 1918 por un gran hombre: Mahatma Gandhi. Yo no soy pacifista, no me creo un neo-hippie que piensa que todos somos iguales y que a partir de eso se debería derivar la paz y el amor en el mundo. Creo que la violencia es el lenguaje del ignorante, y, por ser su lenguaje, solo eso entienden y por ello hay que hablarles así. Creo que, en el caso de estos estúpidos que están en el Gobierno y los imbéciles que los siguen, si te pegan con un garrote no tenés que poner la otra mejilla, tenés que buscarte un garrote más grande para darles.

Pero la verdad es que en este caso ya no queremos eso, y, como somos más, resulta más fácil llevar a cabo una resistencia pacífica como Gandhi planteaba. Para ello todo el pueblo debe estar activo, debemos levantarnos ya del letargo, sacudirnos el aturdimiento de la rutina y buscar un país mejor. En mi próximo post (que voy a tratar de que sea mañana o pasado) voy a tratar de explicar las opciones de la resistencia pacífica, para mientras solo necesitamos convencernos que ya es hora que componer este país, el momento es hoy, no mañana, hoy, hoy que es más fácil, hoy que somos más.


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